El séptimo álbum de estudio del violinista y compositor Duncan Chisholm es, en todos los aspectos (grabación, composición, producción, colaboraciones…), su trabajo más ambicioso hasta la fecha.
Reciente aún la puesta de largo en el Royal Albert Hall de Glasgow con todas las entradas vendidas y unas críticas extraordinarias.
Los temas que conforman este nuevo disco, todos contemporáneos, están las más de las veces firmados por el propio Chisholm junto al pianista Hamish Napier y al flautista Ross Ainslie, aunque asimismo se intercalan otros temas firmados en solitario por Iain McFarlane, Donald Shaw, el propio Napier o el gran Phil Cunningham, cuya pieza, hermosísima, cierra el elepé.
Sonido grandioso, épico, casi de banda sonora en muchos de los temas, en los que los arreglos de cuerda, las guitarras eléctricas y los instrumentos acústicos (percusiones, gaitas, flautas, pianos), junto a los sintetizadores, realzan el sonido solemne y hechizante del violín de Chisholm, un sonido que resulta tan embriagador como emocionante.
Es este un álbum sofisticado, inspirado en el poema épico que escribiera el poeta Sorley McLean al inicio de la segunda guerra mundial sobre la montaña Cuillin, situada en la isla escocesa de Sky, a la que se le atribuyen el simbolismo de pureza, coraje y de resistencia frente a la guerra y la violencia.
Ocho años después de leer el poema épico de Sorley, Duncan visitaba la montaña y el paisaje acompañado por los músicos Donald Shaw y Jarlath Henderson, ambos partícipes en la grabación del álbum. Fue tal la impresión causada que tuvo la certeza de que escribiría y concebiría un disco en su honor.
Pretendía viajar en sucesivas ocasiones acompañado de Napier y de Ainslie para, juntos, escribir la música del álbum, pero la pandemia arreció y cambió no sólo el mundo, sino también la intrahistoria para la creación de esta pieza musical que, en vez de realizarse in situ, tuvo que soñarse, imaginarse y producirse a través de fotos, documentales, etc.
El más importante proyecto en la carrera de Duncan Chisholm hasta la fecha tuvo como leit motive hacer un homenaje de paz, de reconocimiento y de esperanza hacia un lugar en el mundo absolutamente excepcional en su belleza, a la par que preñado de un halo simbólico: montañas, estrellas, silencio, grandiosidad.
A lo largo de tres años, con estos elementos de inspiración y con estos aspectos para la creación, Duncan Chisholm pudo culminar esta obra profunda, bella, cargada de emoción y de pasión, honesta hasta la médula.
Reseña por Fernando Neira:
“Las huestes de la música celta, gente siempre entusiasta y tenaz, no se habrán olvidado de Wolfstone, un sexteto escocés de folk con guitarras eléctricas que desde 1989 viene predicando una música enérgica y vivaz, tan refinada y exquisita como al tiempo festivalera. La banda sigue en activo, aunque lleva una década sin aportar ninguna entrega en estudio a las estanterías de novedades, una responsabilidad que su fundador, el violinista Duncan Chisholm, asume ahora con un trabajo minucioso y elaboradísimo, enteramente instrumental, con el que agranda su leyenda como autor de música tan enfática como lírica y evocadora, una banda sonora inmejorable para cerrar los ojos e imaginarse sobrevolando praderas, riscos, veredas y senderos escarpados en plenas Highlands.
Esa capacidad tan emocional para ponerle sonido a los sentimientos se sublima ahora con este sexto trabajo en su capítulo solista, una obra que ha concebido como postal sin palabras para que nos imaginemos 24 horas de recorrido por la remota isla de Skye. Y hasta aquel confín de hadas legendarias, castillos y acantilados nos transporta (y eleva) el imaginario sónico de estos 41 minutos apasionados que alternan, muy al gusto de los folcloristas, el lirismo y el arrebato. Una obra que encapsula una avalancha de melodías enfáticas y laberínticas, pero siempre sentimentales, con la que sentir lluvia, viento, oleaje y pasión por todo el cuerpo. Y no es metáfora: Black Cuillin dispara la curiosidad y la imaginación de quien quiera escucharlo con los ojos cerrados y los oídos bien abiertos, porque sirve casi como un documental sin imágenes para aquellos parajes ignotos, agrestes, bellísimos.
Chisholm es un violinista de sonoridades cristalinas y endiabladas, y un maestro en el manejo de las dicotomías: compone con respeto sagrado a la tradición y alma plenamente contemporánea, y sabe alternar los momentos de recogimiento intenso con los estallidos de vitalidad, pasión y músculo. Entre los primeros, la melodía preciosa, mínima y repetitiva de When the snow melts se erige al instante en memorable, igual que la solemne y cadencioa The blue cuillin of the island. Pero, por supuesto, también hay margen para el arrebato con On the winds of chaos born, un título elocuente para una pieza de endiablados compases irregulares. O To the hight mountains, un medio tiempo que recuerda mucho el pulso elegante de los mejores Capercaillie; no por casualidad, el fundador de aquella banda, Donald Shaw, aporta su piano en tres movimientos de esta especie de suite paisajística.
No representa Black cuillin ninguna revolución para la música celta, pero sí logra un espléndido equilibrio entre modernidad y ancestros. Y demuestra no solo el vigor, sino también la vigencia de un género con altibajos en su popularidad, pero profundamente enraizado y siempre valioso”.